En los pasados boletines 18 y 20 insertamos en las correspondientes introducciones a Diálogos con Éride un relato que tenía por título El enigma del manuscrito. Quizá nuestros lectores se preguntaran qué hacía un relato en la introducción a un boletín de noticias. Daremos ahora cumplida explicación. El asunto es que era un relato no escrito por un humano sino creado por eso de lo que tanto oímos hablar hoy: un sistema de inteligencia artificial generativa. Quisimos hacerlo así porqué queríamos conocer de primera mano las posibilidades que estos sistemas ofrecían y reflexionar acerca del resultado que pudiéramos obtener.

La verdad es que en este momento, el mundo editorial anda algo confuso respecto al asunto. Por un lado, oímos como de repente aparecen centenares de libros escritos por sistemas de IA que comienzan a nutrir los estantes de la autopublicación de Amazon. Por otro, vemos como muchas personas se quejan del atentado a la creatividad humana que escribir ficción con este tipo de sistemas supone. ¿Es que el autor va a desaparecer anulado por la enorme capacidad de los sistemas de IA para generar relatos?

El asunto, sin duda, es preocupante. No se puede negar que el relato que generamos tiene ciertas características que lo harían poco distinguible de algo similar escrito por una persona. Y, sin embargo, deberíanos hacernos algún cuestionamiento. Lo que generó la IA que usamos es un relato que encuentra su base en haber aprendido multitud de relatos similares de los que están publicados a lo largo de la historia. En ese sentido, el proceso tiene un cierto parecido con cómo un autor normal funciona. Lee, aprende de lo leído y crea en función de ello. Y, sin embargo, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que al relato generado le falta cierta chispa literaria. Digamos que es un tanto adocenado, pasa lo que parece que tiene que pasar, surgen misterios y soluciones demasiado parecidos a lo que hemos leído miles de veces. En resumen, es adocenado. Le falta la inventiva, la inteligencia creativa que un autor humano le hubiera puesto.

Una pregunta que cada vez se hacen más los especialistas en IA es ¿qué va a pasar cuando relatos generados con IA pasen a formar parte del corpus de aprendizaje de los sistemas de IA? Si lo escrito resulta adocenado cuando el repositorio donde se ha aprendido es humano, qué resultará cuando esos mediocres textos de la IA pasen a formar parte del mismo? Parece que puede hacer una tendencia imparable hacia la mediocridad.

En resumen, si le diéramos algún punto de confianza a la inteligencia humana y, por tanto, al criterio de nuestros lectores, quizá autores y editores podríamos dormir tranquilos. La IA nos dará relatos aburridos, monótonos, repetitivos y poco atractivos. Pero, ¡ay, amigos! Si el regaeton es la música favorita de tantas personas, ¿podemos esperar realmente esa chispa de inteligencia en la especie humana?

Elena Belmonte

Susana Sierra Álvarez

Bernardo Rivera