
Ricardo Ruiz de la Sierra – 1 de abril de 2025
Existimos porque tenemos vida, “la razón vital” de Ortega y Gasset. Una vez que somos conscientes de que estamos vivos y de que vamos a morir buscamos inconscientemente un sentido a la existencia. La finalidad individual y colectiva está dentro de la sociedad (nos hacemos con los demás, pensaba el filósofo Habernas). Elegir la propia “razón espiritual” para persistir a veces es una condena del libre albedrío, según Sartre. Si de niños ya tenemos una “confianza radical” en nuestra madre, de adultos no podemos dejar de confiar, escapar de nuestros problemas y los de nuestro tiempo para encontrar la finalidad en un autoaislamiento, individualista y autorreferencial (como la nueva espiritualidad).
Existir no es lo mismo que Ser (es lo que nos diferencia a los seres racionales y plenamente conscientes). El Ser incluye vivir plena e intensamente lo que hemos elegido y aceptar nuestras circunstancias (lo que nos viene dado). El Ser está íntimamente ligado al Hacer y en menor medida al Tener. El ser humano tiene que procurarse los medios de subsistencia (un techo, vestido, comida y asistencia sanitaria es lo mínimo), socializar y disminuir sufrimiento y necesidad allí donde otros no pueden Ser (por la habilidad social de la empatía). Entonces, el ser en el mundo es indisoluble del hacer (“levantarse y volverse a agachar”). El humano, nómada durante milenios, necesita pocas cosas, las que pueda llevar encima. La acumulación, el deseo de tener, la riqueza… son consecuencia de la sedentarización agrícola (que crea excedentes).
En hombre, quiera o no, piensa en algún momento de su vida el misterio que es ser lanzado a la existencia, como una flecha en busca de la diana. No elegimos nacer, ni en un cuerpo y una mente indisociables. Entonces ¿Cuál es el sentido de su vida? ¿El camino al ser autentico? ¿El destino por conquistar?
Estoy de acuerdo en que el sentido no puede estar nunca en el tener material (fuente de ansiedad, apego y miedo) que junto al ego nos impide ser nuestra esencia. Pero la finalidad tampoco puede ser meramente Ser, sino “ser para algo” ¿Para la felicidad, inasible y que no depende en la mayoría de las ocasiones de nosotros? ¿Para “evitar el sufrimiento humano” como asegura Yuval Harary? Hablando de hacer, eso es una gran tarea. Para mí la finalidad de la vida es el amor. Intuir el amor de Dios en libertad al experimentar el amor a ti mismo y a los demás, captarlo en la bondad y belleza de la creación (la ciencia es una nueva aliada de la idea de Dios). El amor, voluntario y servicial, curiosamente proporciona más felicidad. Amar es el “arte de vivir” o el “cómo debemos vivir la vida” que actualmente solo las religiones se atreven a recomendar. Si existe Dios no necesita nuestras acciones como sostienen los teólogos protestantes (el cielo debe ser mejor que una vida larga), pero mientras tanto, aunque encierre más misterios, “el sufrimiento de los otros es inaceptable” como dijo la filósofa Simone Weil. Quizás somos un instrumento necesario en manos de un Dios que no quiere erradicar la libertad del hombre para que el amor reine voluntariamente ni arrancar el mal de la tierra (incluido el odio) porque podría llevarse consigo el amor que habitan juntos en el corazón del hombre. Hay charlatanes que han llegado a conclusiones, tienen muchas respuestas, demasiada seguridad cuando hablan y que suelen prometer la felicidad, cuando la realidad sugiere que somos náufragos y lo peor, que no hay tierra firme a la vista (Ortega y Gasset). Por ello no puedo dejar de dudar de mi identidad divina o de poder contactar con la supra conciencia, (el “si quieres puedes” de los libros de auto ayuda). El arrobamiento místico cristiano, sin embargo, será si Dios quiere, no solo depende de mis humildes fuerzas. Ni siquiera entiendo como indiscutibles las “experiencias cercanas a la muerte”, investigadas por el cirujano Manuel Sans… a lo mejor son solo fantasías del cerebro que se apaga.