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Dos palabras honestas que se convirtieron en insultos


Florián Recio – 1 de octubre de 2023


ASQUEROSO

Si has leído la novela Los asquerosos de Santiago Lorenzo puede que esta palabra te arranque una sonrisa. Y si no la has leído deja que yo te cuente muy por encima. Va de un hombre que se esconde en uno de esos pueblos perdidos de la España abandonada para vivir a lo Robinsón Crusoe cuando de repente aparece una familia de domingueros, unos asquerosos que le amargan la existencia hasta el punto que, con tal de alejarlos de sí, llega incluso a quemarles la casa. De puro asco.

Lo que no sé es si el autor tenía en mente la relación que hay entre la palabra asco y el fuego. Me explico. El origen de la palabra asco hay que buscarlo, como tantas palabras españolas, en el antiguo griego. Y es que los griegos daban el nombre de “eschara” al fuego que prendían dentro de las casas, es decir, al del altar doméstico, al de la cocina o al del brasero.

No hay que echarle mucha imaginación para suponer la de accidentes caseros que ocasionarían estas “escharas”. Tanto es así que la palabra acaba por significar también las costras producidas por quemaduras en un cuerpo humano, que es una cosa bastante fea y que produce asco. En latín tomó la forma “escara” y de ahí pasa al castellano que la transforma en “asco” y la incorpora a nuestro idioma ya en tiempos del Cid, que es como decir cuando aún andaba en pañales, primero para referirse a algo que producía repugnancia física y luego, con el correr del tiempo, extendió su significado también al ámbito de la moral, tal como se usa en la novela de Santiago Lorenzo.  Los asquerosos de esta novela no son seres de apariencia repugnante sino que se comportan de un modo que produce asco al carácter sensible del protagonista.

Y ahí viene otro detalle curioso y la ironía del asunto. Resulta que la palabra asqueroso también se usa para definir a la persona remilgada y muy pronta a sentir ascos, del mismo modo que al que tiene mocos lo llamamos mocoso y al que es muy dado a sentir vergüenza, vergonzoso. Desde este punto de vista, resulta que tan asqueroso es el protagonista de la novela como los domingueros por los que siente tanto asco. Ironías del idioma.  

VERGA

Es una de esas palabras que está en boca de medio mundo, con perdón, quiero decir que es una de las palabras más usadas y características de nuestra lengua, casi tanto como la ñ. Lo cierto es que entre verga y eñe hay una íntima relación histórica que te cuento muy brevemente.

En latín hay un sustantivo femenino virga- virgae, que usaban los romanos con el significado de vara, rama, palo largo y delgado. De ahí que en marinería se llame verga mayor al palo mesana, que no lleva vela. Lo de llamar verga al órgano sexual masculino es una extensión metafórica que no tardó mucho en cuajar. Hay constancia de que en nuestra lengua se viene haciendo desde el origen del castellano, aunque el primer diccionario de nuestra lengua, el Tesoro de Covarrubias, de 1611, se mostró pudoroso al llegar a este término y lo definió con un escueto: lo mismo que vara. La Real Academia, sin embargo, en su edición de 1739, en su segunda acepción, ya dice que “se llama también verga al miembro de la generación de los animales mayores”.

Para ser exactos, hay que anotar que al decir “animales mayores” se pensaba, por lo general, en el toro, cuyo miembro, seco y retorcido, se usaba cómo látigo y recibía el nombre de “vergajo”. Nada nuevo, pues los romanos llamaban “virgator” al que azotaba a los esclavos con una virga, esto es, con una vara.

Otro término muy usual en nuestra lengua que tiene su origen en aquella virga latina es la palabra verja, aunque primeramente se llamó así a las barras de hierro de las cancelas, por su forma delgada y alargadas como palos o vergas, pasando con el tiempo a designar a la puerta en sí, que es como las llamamos aún hoy en día.

Y remato ya la historia con la relación entre verga y eñe. Cuando los romanos querían decir que algo había sucedido de forma casi milagrosa, sin que nada tuviera que ver la intervención de la mano humana, usaban la expresión “vírgula divina”, esto es, por la varita mágica de los dioses. Y es que vírgula es el diminutivo que usaban para virga. Pues bien, el castellano transforma esa vírgula en virgulilla, que es como se llama esa rayita que le colocamos a la n para transformarla en ñ. Es decir, la ñ es una n que gasta una verguita por sombrero.