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Los cafés y la literatura


Mercedes Aguirre – 1 de diciembre de 2023


 A lo largo del tiempo los cafés han sido lugares de reunión y encuentro, de conversación y de inspiración. Fueron espacios públicos de convivencia, intercambio de ideas y noticias, diversión y espectáculo, pero, al mismo tiempo, espacios de observación de personas y acontecimientos. Por eso fueron especialmente visitados por escritores y artistas y en algunos de los cafés europeos, por ejemplo, en París, se puede seguir a través de los cafés los lugares en los que se produjeron los grandes movimientos estéticos y literarios que cambiaron la cultura contemporánea.

En Europa se introdujo el café en el siglo XVII siendo el primer café europeo (o Coffee House) el que se abrió en Oxford en 1620 y en España ya concretamente en el XVIII. Su aparición como lugar público, lo mismo que la afición a beber café (en lugar de té o chocolate), viene unida a una nueva mentalidad asociada a la persona ilustrada, al filósofo y al partidario de la razón. Aparecen las tertulias literarias que antes tenían lugar en los salones de las casas nobles y ahora se trasladan a los establecimientos dedicados a tomar café.

En mi novela Vidas, historias y cafés, en el capítulo dedicado al café Comercial de Madrid presento este diálogo:

“¿Sabe usted? Nosotros seguimos una tradición que se remonta al siglo XVIII. Lo de reunirse a hablar en un café. Y miró a los demás ¿No es extraordinario que aquí se hayan sentado antes que nosotros Gerardo Diego o Blas de Otero?”

Efectivamente, numerosos escritores frecuentaban los cafés. En Madrid, algunos lugares célebres fueron el café de Fornos, el Pombo o el café Gijón (que es de los pocos o casi el único que todavía existe) y los autores que los visitaban fueron Valle Inclán, Ramón Gómez de la Serna, entre otros muchos en los siglos XIX y XX. En París destacaban el Procope, el Deux Magots o el café de Flore, donde acudían asiduamente Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. 

También contamos con numerosas obras literarias ambientadas en un café. En España Leandro Fernández de Moratín escribió la obra La comedia nueva o el café que se estrenó en 1792 y cuya acción se desarrolla en un café junto al teatro del Príncipe en donde tiene lugar una discusión sobre una comedia que se está representando en ese momento en dicho teatro y que resulta una crítica al tipo de teatro que triunfaba entonces en los escenarios. Es interesante notar que incluso interviene en la conversación el camarero que declara su intención de comenzar una carrera como dramaturgo. El cuento de Miguel de Unamuno El contertulio (hacia 1900) gira en torno a un hombre que, tras haber pasado muchos años en América, vuelve a España a buscar la tertulia que tenía en un café con sus amigos, solo para descubrir tristemente que de su tertulia ya no queda nadie, que él es el único superviviente del grupo de se reunía en el café. Ahora se incorpora a una nueva tertulia donde se gana el afecto de sus nuevos contertulios dándose cuenta de que el espíritu de su tertulia (de lo que llama su “patria”) aún sigue vivo.

Mi novela Vidas, historias y cafés forma parte de esta tradición de aunar cafés y literatura. Es la historia de un viaje que es un regreso a la isla griega de Ítaca, como el del viaje de Ulises en la Odisea de Homero (quizá el más célebre viaje de la literatura). Pero mis etapas en este viaje son una serie de cafés en distintas ciudades europeas y cada café trae una historia diferente que intenta reflejar lo que podría ocurrir, los personajes que uno puede conocer y las experiencias que uno puede tener en un lugar público como es el café, todo ello bajo el hilo conductor de un personaje y su vida: Theo, que adopta después el nombre de Omiros (nombre griego para Homero), el personaje que ya aparecía en una novela mía anterior (El narrador de cuentos) y que aquí desvela algunos de los secretos que se planteaban en aquella. La novela ha querido ser un homenaje a esos cafés históricos y su relación con autores y obras, como, por ejemplo, el Deux Magots de París, lugar de encuentro de escritores y artistas:

“No sabía por qué aquella mañana de otoño se había dedicado a pasear por la zona de Saint Germain des Prés, esa zona típicamente universitaria por su proximidad con La Sorbona en la que se congregaban estudiantes llegados de todas las partes del mundo. Era un barrio alegre, el llamado “barrio latino”, lleno de cafés, cines y librerías que satisfacían cualquier buen apetito por la lectura. Al final había acabado por entrar en el «Deux Magots» a tomar un café. La noche anterior había estado levantado hasta tarde y se sentía un poco cansado, o quizá estaba todavía desacostumbrado a la nueva vida a la que tan bruscamente se había incorporado.

         Ahora volvió a fijarse en la mujer que tenía delante. De repente se acordó de algo que había leído recientemente sobre Picasso: en su estancia en París había sido precisamente en este café donde había conocido a la artista surrealista Dora Maar, la que luego sería su amante y su compañera durante varios años.”

 Otro capítulo se sitúa en el Bewleys de Dublín y alude a su conexión con James Joyce. Pero asimismo me refiero a otros cafés, más modestos y ordinarios, o a un café londinense perteneciente a una famosa cadena americana, uno de esos cafés actuales que hoy son más bien lugares de aislamiento, de personas solitarias ocupadas con un portátil o un teléfono móvil, conectadas con otros a través de estos. Y donde la tradicional bebida del café adquiere complicaciones inesperadas:

“Omiros observaba la curiosa actividad frenética que tenía lugar detrás del mostrador. Los camareros -cuatro en total- se esforzaban en preparar bebidas cuyos nombres sonaban extraños y complicados cuando se escuchaban por primera vez: «caramel macchiato grande con extra shot», «tall mocca frappuccino». Y se afanaban en mezclar tipos de café, añadirles nata, sirope de caramelo, leche de soja u otros productos variados. De vez en cuando, sorprendentemente, alguien pedía té, un sencillo té, cuya preparación solo consistía en poner una bolsita en una taza de agua caliente.”

Los cafés cambian, se transforman, desaparecen unos, surgen otros, pero la esencia de la vida de un café se mantiene. No importa que el papel y la pluma hayan cedido su puesto al ordenador y al móvil, el café sigue siendo un lugar para pensar y escribir. Como decía Miguel de Unamuno “El café ha sido la mejor universidad española”.

Mercedes Aguirre