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Lo que cabe en un cuento


Miguel Vigil – 1 de mayo de 2024

No hace tanto, tanto tiempo, en un país no tan lejano, no tan lejano, no tan lejano… los ricos eran muy pocos, pero tenían mucho dinero; sin embargo, los pobres eran muchos, y a cambio tenían muy poco dinero.

Como los ricos eran ricos no pagaban impuestos, porque dejarían de ser ricos, y la ley pensaba que estaba mal desposeer de su riqueza a los ricos. Como los pobres eran pobres, tampoco pagaban impuestos, porque no tenían con qué, y el estado les subvencionaba lo justito para mantenerlos con vida, pero ni un euro más, porque la nación pensaba que no era justo desposeer de su pobreza a los pobres.

En medio de los ricos y de los pobres, había mucha gente que trabajaba y ganaba lo suficiente para no ser considerados pobres, pero no tanto como para ser considerados ricos. El estado los crujía a impuestos porque tenían que mantener a los ricos y a los pobres.

Así funcionaba ese país no tan lejano, no tan lejano, no tan lejano. Pero los ricos querían más y empezaron a extorsionar a los sucesivos gobiernos para que incrementaran los impuestos. De tanto exprimir la teta, la mayoría de esos que mantenían el país se hicieron pobres, cerraron muchas pequeñas empresas, casi toda la población perdió el trabajo, la casa, la parcela en la sierra, el apartamento en la playa… Ya casi nadie hacía la declaración de la renta, y a los pocos que sí la hacían les salía a devolver. Durante un tiempo, los autónomos eran los únicos que mantenían a duras penas la economía, pero al final también pasaron a engrosar la clase paupérrima a la que el Estado tenía que mantener por decencia política, no por convicción ideológica. La nación estaba a punto de quebrar y decidió cobrar impuestos a los ricos. Los ricos, indignados, pergeñaron un plan sibilino: sacar de la pobreza a un porcentaje mínimo de trabajadores para que pagaran altos impuestos y así poder vivir ellos como se merecen los ricos, con sus paraísos terrenales y sus paraísos fiscales. Los antes pobres, y ahora nuevos integrantes de la clase media, eran felices porque podían vivir mejor que cuando eran pobres, y trabajaban sin descanso para no perder su estatus y, sobre todo, para mantener a los ricos y a los pobres.

El equilibrio se había reestablecido.

Y así pasaron muchos años, muchos años, muchos años, sin que nada perturbara el orden lógico de la sociedad. Y todos: los pobres, los ricos y la clase media fueron felices, pero unos comieron perdices, y otros: percebes, langosta, bogavante, chuletón, etc. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. 

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