Miguel Vigil – 1 de noviembre de 2023
Se cree que la rueda se utiliza desde hace unos 7.000 años. Sin embargo, la maleta es muy posterior, la más antigua de la que tenemos datos, mucho más voluminosa y pesada que las actuales, se empezó a utilizar sobre el 1.500 antes de Cristo.
Dos inventos con unos cuantos trienios, incluso quinquenios, de antigüedad, y a nadie se le ocurrió juntarlos hasta hace apenas cincuenta años. ¿Por qué se tardó tanto en incorporar las ruedas a las maletas, o las maletas a las ruedas? Sería muy fácil recurrir a la explicación más sencilla: el turismo era escaso hasta el siglo XX y no había necesidad de inventar comodidades para las maletas cando los viajeros recorrían el mundo en tartana. Nada más lejos de la realidad. Aquí va la explicación.
Los mozos de cuerda, desde tiempos inmemoriales, se hicieron con un enorme poder económico, no por los precios que cobraban que, aunque eran altos no llegaban a ser abusivos, sino por las propinas, que excedían de lo que manda el sentido común. Siendo conscientes de su potencial, decidieron proteger su flamante imperio formando un sindicato, y llegaron a ostentar tal poder que todo lo que tenía que ver con el transporte de equipajes pasaba por sus manos, ya fuera por tierra, mar o aire. A mediados de la década de los cincuenta, un ingenioso adolescente, JF Rolling, a la sazón mozo de cuerda en la estación de tren de Waterloo, apareció en el despacho de su jefe con el boceto de una genial idea, colocar ruedas en las maletas de mano, al igual que se utilizaban en los enormes y pesados baúles, pero adaptadas al tamaño de la maleta en cuestión. El jefe le escuchó con atención y transmitió la idea y el boceto a sus superiores. A los pocos días, JF Rolling fue llamado por el presidente de la Asociación para la Defensa de los Mozos de Cuerda, que era el nombre del sindicato. El muchacho esperaba una regañina, incluso un despido, no sabía qué había hecho mal, pero si el jefazo de los jefazos le llamaba a su despacho no podía ser para nada bueno. Pero la suerte le sonreía por primera vez en la vida a JF Rolling; el comité de expertos del sindicato había estudiado la propuesta del chico y se había percatado del peligro que supondría que cada viajero transportara su propio equipaje sin necesidad de esfuerzos titánicos: en pocos meses su imperio económico valdría menos que una Conferencia de Paz en Oriente Medio o un chuletón de buey en el plato de un vegano. Los mandamases del sindicato ofrecieron al chico tal cantidad de dinero por silenciar su invento, que el zagal no tuvo más remedio que aceptarlo, sabía que contra el Sindicato no se podía luchar; y tuvo que renunciar, a regañadientes, a la ilusión de llegar a ser alguien en la vida con su propio esfuerzo, y poder presumir de haberse hecho a sí mismo, eso sí, con los peores materiales. Se dice que salió del despacho afligido, trastabillándose, y que pasó el resto de su vida en la holganza, sin tener la ilusión de madrugar obligatoriamente para ir a trabajar, todo el día sin hacer nada, los lunes eran igual que los domingos y los martes igual que los sábados, continuamente con los lujos más exclusivos, como si uno no se cansara también de vivir así. Cuando JF Rolling murió, su hija, una avispada mujer de negocios, montó una multinacional que comercializó en exclusiva las primeras maletas con ruedas, el sindicato la denunció, pero la demanda no prosperó, porque la renuncia a la patente que firmó su padre, no incluía a ninguno de sus herederos. Desde entonces, el sindicato fue de mal en peor y en poco tiempo desapareció totalmente.