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La casa


Miguel Vigil – 1 de julio de 2024

La casa era grande y punto. Era simplemente una casa, grande, eso sí, pero no merece la pena desarrollar cincuenta páginas describiendo cada detalle, al estilo de Balzac, porque lo importante de esta historia no es la casa en sí. Por esa razón no vamos a hablar de la habitación principal con baño privado forrado de mármol, ni de la cama con dosel, ni de las cortinas de terciopelo, ni de la lámina de Van Gogh en una de las paredes, ni de las habitaciones de los niños pintadas en tonos alegres y con las camas pegadas a la pared para dejar despejado un amplio lugar de juegos. Ni de las catorce habitaciones de invitados, amplias, todas con chimenea, que se limpiaban a diario… por si acaso. Ni de la inmensa galería con bancos corridos de madera, ni del salón con dos cuadros auténticos de Magritte y una araña decimonónica. Tampoco perderemos el tiempo describiendo el jardín, lleno de plantas muy bonitas de distintos nombres que podrían interesar, si acaso, a los botánicos; y con dos olmos centenarios, cuatro robles jóvenes,  y decenas y decenas de todo tipo de árboles que sólo un experto podría describir. 

Era una casa grande y de campo, pero da igual cómo fuera y dónde estuviera. Qué más da. Si a lo largo de la narración hablamos de un samóvar, entenderemos que está en algún lugar de Rusia. Si uno de los personajes se queda ensimismado junto a la chimenea contemplando por la ventana los Alpes nevados, pues ya sabemos dónde está situada. Si por el contrario se ve a lo lejos el Mar Rojo, enseguida pensaremos que no está en Suiza. Si se comete un asesinato y acude el inspector Newman a resolver el caso, es fácil deducir que la casa estará situada en Gran Bretaña o en Estados Unidos, o como mucho, en Australia. Si estamos entre febrero y marzo y en la barbacoa del patio posterior están asando calçots, es que la casa estaba en algún lugar de Cataluña. Si en vez de calçots están asando espetos de sardina, estaremos en Andalucía, más concretamente en Málaga. Pero en el fondo da lo mismo dónde estuviera la casa, da igual cómo fuera por dentro y cómo fuera por fuera, o cómo fuera, o cómo fuese. Porque en esta historia lo importante no es la casa ni su situación geográfica. En esta historia lo único importante es demostrar que se puede escribir sin tener absolutamente nada que decir.