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El parlamento de Babel


Ricardo Ruiz de la Sierra – 1 de octubre de 2023


El éxito evolutivo del aparato fonador humano y la inteligencia para ordenar los diferentes sonidos que éramos capaz de emitir ha hecho posible la comunicación plena entre nuestra especie y el consiguiente progreso. Incluso, pasado un tiempo, también fuimos capaces de acordar con la tribu unos signos y unas reglas para transcribirlos en un medio. La invención de la escritura permitió  a muchos pueblos que su Historia (transmitida oralmente hasta entonces) y su cultura no se perdieran, aunque su propio convenio de signos desapareciera. De hecho, miles de lenguas han sido absorbidas o se han dejado de hablar a lo largo de los siglos y la cultura humana ha seguido acumulándose (en occidente sobre los pilares filosóficos en griego antiguo). Pero lo curioso es que, junto a los lingüistas especializados, que las estudian para traducir sus textos o para que no se pierdan del todo, de vez en cuando surgen dirigentes nacionalistas catetos que obligan a aprenderlas mediante leyes de educación, decretos y prohibiciones de hablar otras (incluso lenguas ya muertas). Eso nos retrotrae a épocas de nacionalismo español y el castellano. Para políticos independentistas o centralistas lo más importante de los idiomas no es que permitan la comunicación entre las personas, sino que sirven para sus fines espurios. El “cómo hablamos” desde pequeñitos lo manipulan en pos de una diferenciación, un tipo de xenofobia, que acarrea una carencia de universalidad para sus propios conciudadanos. No les interesa “de que hablamos” ni que se transmita al mayor número de personas. La cifra de catalano-parlantes se ha duplicado desde la inmersión lingüista impuesta por Jordi Pujol (de 5 a 10 millones). Todo un éxito. Pero, entonces calculo que si hace veinte años una adolescente no sabía contarme los chistes en castellano hoy tampoco habrá adultos que puedan traducirlos.

Si quieren que se hable en el parlamento europeo las tres lenguas cooficiales de España (también los escritos) más las veinticuatro que ya lo hacen y otras que reclamen otros nativos parlantes europeos serán más traductores (ya hay mil) que europarlamentarios ¡El sentido común apunta a que se hable en el idioma que todos se entienden! ¡Lo lógico es ir al parlamento a entenderse no ha traducirse, como dijo un político! Los ricos seguimos mirándonos al ombligo, porque podíamos emplear el sobrecoste de ese capricho en ayudar al desarrollo del tercer mundo. No todos van para atrás. El gobierno holandés no está preocupado porque el neerlandés se hable cada vez menos, sus ciudadanos de menos de 60 años hablan muy bien el inglés. Yo también opino como escritor, lector y conversador que la lengua no es cultura en sí misma, es sólo un conjunto de sonidos y garabatos que hemos ordenado mediante reglas, un acento que se hereda y una tradición (obsoleta en muchas ocasiones). El lenguaje, como capacidad del ser humano para comunicar lo que siente y piensa, es lo importante. Yo escribo para defender a las personas, no a un determinado idioma ni a sus reglas ortográficas.

Todos los idiomas pueden expresar, con más o menos palabras, las mismas ideas y emociones (las personas bilingües son incapaces de señalar si una conversación mantenida hace tiempo, un sueño, un sentimiento o un pensamiento ha tenido lugar en un idioma u otro). No me creo lo que dicen los defensores de las diversas lenguas de que las obras literarias ganen o pierdan por estar traducidas del original (creo que lo dicen lingüistas y traductores para mantener su puesto de trabajo). Los idiomas separan a las personas, como la condena bíblica en la torre de Babel. Son auténticas barreras a la comunicación y la movilidad internacional. En España además supone una discriminación interregional y un freno a las mejores cabezas (catedráticos, médicos, etc.) Siempre recordaré la belleza de la música de un villancico gallego junto a la contrariedad de no saber que decía. La Historia, modernidad y la costumbre han elegido al inglés, español o chino como las de mayor número de hablantes, pero, ojalá que paulatinamente, sin imposiciones políticas, solo quede una y que en casa o en su pueblo cada uno hable como le dé la gana. Seguro que nos entenderíamos mejor, seríamos más cultos y el mundo andaría menos crispado.