Antonio Quirós – 1 de abril de 2024
Recientemente paseaba yo junto a mi perra Lotta, tal como acostumbro a hacer en un par de ocasiones cada día. ¡Que el animal no se merece menos!, por supuesto. Pero volvamos al argumento. Paseaba yo con mi perra Lotta y, tal como tiende a suceder en esas desatendidas ocasiones, la mente suele echar a volar sin que el cerebro consciente ejerza de piloto sobre la misma. Y ese día, el del adverbio de tiempo «recientemente», dio la cabeza en caer en un hecho claramente asociado a la vejez. Me refiero a cómo un fuerte desapego se va instalando en nosotros con el paso de los años.
Contrariamente a lo que sucede en la senectud, cuando somos jóvenes estamos sumamente apegados a todo. A las personas que queremos, a las cosas que deseamos, a las ideas que profesamos, a las organizaciones con las que simpatizamos. Parece irnos la vida en el hilo emocional que se plantea entre nosotros y la realidad. La pasión lo invade todo, todo nos afecta profundamente. Queremos, deseamos, tendemos, apreciamos… todo sin medida.
Pero, añorado lector, si tú, como yo, perteneces ya a ese grupo de personas a los que antes se denominaba «viejos» y a los que ahora se buscan decenas de eufemismos para nombrarnos. Si te encuentras cercano a mí en edad y condición, es bastante probable que coincidas conmigo en que ese tremendo hilo pasional se va desvaneciendo con la edad. Del apego vamos pasando al desapego.
¡Ojo! Que ya os veo venir. Esta transición del apego al desapego no es un camino absoluto. No es pasar de 0 a 100. Hay grises, hay paradas intermedias. Quizá algún avispado lector esté entendiendo que con la edad venimos a pasar de todo, que todo se nos da un ardite. No, no. Nada más lejos de la realidad. Lo que quiero expresar es que el nivel de ilusión que ese tándem mencionado de personas, ideas, cosas, y organizaciones (je, je… a lo que voy a llamara PICO a partir de ahora usando las iniciales y así voy abreviando) baja notoriamente con los años. O lo que es lo mismo, que al PICO cada vez le cuesta más atravesar esa densa capa de escepticismo con que el tiempo nos ha ido premiando.
Ciertamente seguimos queriendo a amigos familiares, adorando a nuestras parejas e hijos, ¡cómo no! Pero lo cierto es ese afán enorme de entablar nuevas amistades, ese deseo de intimar con personas nuevas, se diluye. Y qué decir del respeto a las organizaciones. De jóvenes nos afiliamos a partidos políticos, nos partimos el pecho por las ideas que consideramos que son omnímodamente adecuadas. De viejos dudamos de cualquier organización compuesta por seres humanos. No digo que no mantengamos nuestras preferencias por unas ideas o nuestro respeto por ciertas agrupaciones. Lo hacemos, pero siempre a través de una malla de duda que las opaca.
Los jóvenes suelen ser más radicales, porque su apego les hace volcarse pasionalmente. En la madurez el apasionamiento va perdiendo espacio frente a la razón. La duda es en la vejez la que tiende a esparcirse en nosotros. En este proceso, no tengo claro si es más peligroso el apasionamiento apegado de la juventud o la frialdad razonadora de la madurez. El joven terrorista musulmán dispuesto a inmolarse o el maduro imán que lo induce a ello. De lo que no me queda duda es de que el desapego dudoso de la vejez es la estación donde lo humano se torna más humano. O eso quiero creer.
Quizá por esto las empresas no quieren a los más viejos y los sustituyen por jóvenes. Necesitan gente que se crea a pie juntillas la visión que la empresa quiere transmitir, que se vuelque sin límites en conseguir los objetivos. Con la edad pasamos a no creernos esos valores que algunos directivos quieren transmitirnos. Y no es que no estemos dispuestos a dar todo lo que podemos. Pero, ojo, con cabeza, sin creer en insensateces y dosificando siempre el esfuerzo en función de lo que vayamos a conseguir.
La dosificación del esfuerzo es clave en este proceso. Los viejos no podemos esforzarnos mucho porque enseguida el cansancio nos invade. Por ello tenemos que medir mucho en qué gastamos nuestra pasión. Y en ese proceso de análisis caen personas, cosas, ideas y organizaciones como si de moscas se tratasen. Descubrimos que muy pocas PICO merecen ya el esfuerzo que nos cuesta mantener la tensión hacia ellas.
Pero ese hilo pasional desapegado, cuando logra mantener el foco en algunas PICO, es mucho más estable y firme que el de la juventud o la madurez. Es una pasión desapasionada que crea los vínculos más fuertes, aquellos que ya no pueden ser destruidos más que por la muerte.