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Cuentos de fantasmas


Francisco Javier Gómez Moreno – 1 de noviembre de 2023


No me digáis porque, pero llevo una larga temporada echando de menos a mi madre.

Normalmente me ocurre en otoño. ¡Quizás sea el otoño! Esta estación del año es la que me trae una marea de recuerdos entre dolorosos y tristes por las personas queridas perdidas. Como se decía en el último boletín, más que una época del año es una forma de sentir la vida, un estado de ánimo.

Echo la vista atrás y recuerdo el pasado otoño en el que me dispuse a emprender este libro de relatos de fantasmas.

Dos son las razones que me llevaron a decidirme por este estilo literario y la temática de fantasmas, y las dos tienen que ver, curiosamente también, con el recuerdo de mi madre.

Os contesto a la primera: elegí abordar el proyecto de escribir cuentos o relatos cortos como un reto, como una prueba. ¿Sería capaz de elaborar una historia que se desarrollase y concluyese en poco más de veinte folios, teniendo en cuenta que ninguna de mis cuatro novelas publicadas anteriormente cuenta con menos de trescientas páginas? Además, mi madre era muy de retos y también de cuentos, siempre dijo de mí que yo era un gran “cuentista” Escribir cuentos cortos me reconcilia con aquel apelativo, con su descripción de mi persona y me acerca a su recuerdo.

En cuanto a la segunda razón. He elegido cuentos de fantasmas como temática, porque también tienen que ver con ella y por lo tanto conmigo. Mi madre era una persona muy miedosa y vital, creo que los relatos de fantasmas la hacían sentirse muy viva y me encantaba cuando la escuchaba contarnos algún relato, alguna historia y, sobre todo, si este era de terror. Esos momentos eran el resumen de la vida y la diversión. No se mis hermanos lo disfrutaban igual, pero yo lo pasaba genial, aunque aquella noche no fuese capaz de dormir bien.

El proceso creativo, por lo menos en lo que a mí respecta, requiere esfuerzo y tiempo. Cuando comienzo a elaborar una nueva idea para una historia, necesito salir de mi realidad y entrar en otra en la que paseo, amo, sufro, persigo, investigo y ejecuto mil verbos más junto a mis personajes.

Antes de escribir me gusta ponerme en situación y, claro está, si la novela tiene fondo histórico: ¡documentarme!  Paso meses leyendo y tomando notas sobre los personajes históricos reales o sobre la época en cuestión.

Cuando tomé la decisión de escribir un compendio de cuentos cortos sobre fantasmas y a fin de documentarme, no acudí a programas como cuarto milenio, ni al sin fin de webs dedicadas a sucesos paranormales. Decidí revisar nuestros clásicos y estuve leyendo y releyendo relatos cortos y cuentos de fantasmas y fantásticos en general.

Al poco de iniciar mis lecturas, topé con una reseña del catedrático, escritor y abogado español Antonio Ballesteros en la que asevera:

Aunque pueda parecer lo contrario, el relato de fantasmas es una de las formas más difíciles y complejas de la escritura literaria, pues, con un escaso número de ingredientes, se ha de construir una suerte de microcosmos de terrorífica atmósfera, que, si no se maneja con soltura y brillantez estilística, puede precipitarse irremisiblemente en lo grotesco y lo ridículo

¡La cosa parecía que iba a ser más complicada de lo que parecía!, pero me dije que todos los comienzos siempre fueron difíciles y no me desanimé. Como digo, acudí inicialmente a los clásicos, a fin de revisar cuales de ellos habían escritos relatos de fantasmas y me sorprendió la cantidad de ellos que lo habían hecho, por citar solo algunos:

M.R. James, Dickens, Blackwood,Henry James, Oscar Wilde,  Joseph Sheridan Le Fanu, Edith WhartonHardyKiplingBierceJamesMaupassantSaki,  o el mísmisimo Conrad. Sin olvidarme de Oscar Wilde, Burns, James Hogg, Edith Wharton,  H. P. Lovecraft , Poe o incluso, novelistas famosísimos y celebrados, que también se atrevieron con historias de fantasmas como son, entre otros: HardyKiplingBierceConrad, Hodgson o mi admirado Bram Stoker. Su Drácula es mi novela favorita ya que en esa historia se entremezcla el terror, la aventura, la pasión y el amor. Es muy difícil conseguir que semejante cóctel funcione y en su Drácula todos ellos son los ingredientes de un excelente resultado.

Muchos otros clásicos han escrito historias que contenían fantasmas, desde Plinio el joven o Plutarco a  los actuales Stephen King o mi admirado John Connolly; pasando por autores góticos que se atrevieron a convocar espectros como Horace WalpoleClara ReeveWilliam BeckfordAnn RadcliffeMatthew Lewis, y Charles Maturin o las celebradísimas hermanas Bronte. No dejaré de citar a autores españoles como Bécquer, Pedro Antonio de Alarcón, Wenceslao Fernandez Flórez, Alfonso Sastre o Noel Clarasó entre otros.

M.R. James sin duda, uno de los escritores más influyentes a la hora de narrar historias de fantasmas, identificó varias características clave en un cuento fantasmal. Este debía trasmitir autenticidad, no debía haber sexo gratuito ni excesiva sangre o vísceras, tan solo las suficientes para que el terror fuese agradable y, por último, la historia debía trascurrir en el escenario actual para el lector. Un escenario cotidiano era garantía de estremecimientos ya que colocaba al lector dentro de su entorno.

Tras mis pesquisas, inicié la lectura de muchos relatos de los citados anteriormente y finalmente creo tener casi terminado mi “Compendio circular de cuentos de fantasmas”.

En él, he tomado personajes que aparecen en mis anteriores novelas y los he puesto frente a un espectro. Son nueve historias que se podrían leer empezando por cualquiera de ellas, ya que son independientes, pero todas ellas tienen un nexo común con la siguiente, normalmente…un personaje.

Como muestra de ello, transcribo el inicio de uno de estos cuentos al que le he colocado un ingrediente muy de mi madre y por lo tanto de este humilde cuentista: el humor.

Espero que lo disfrutéis y que os anime a comprarlo cuando salga editado.

Allá dónde estés, espero que te guste. ¡Va por ti mamá!

De tú cuentista:


Lubiaz, Polonia, primavera de 2019

̶ ¿Pero?, ¡vamos a ver vamos a ver!, – repetía una y otra vez aquel agente regordete y con mofletes sonrosados, que se encontraba superado por la situación de caos que aquella noche mostraba su pequeña comisaria, desde que, de forma transitoria, hubieran cerrado la del pueblo limítrofe por falta de efectivos y, a su “recóndito y tranquilo escondite” no dejaban de llegar problemas y maleantes de toda la comarca.

Primero había sido Leo, el jardinero de la pequeña abadía cisterciense de Heryków. Era un asiduo a dormir las borracheras de los sábados en uno de los catres de su jefatura. Después, aquellos dos impertinentes borrachos que no paraban de gritar, cantar y volver loco a su cabo. Y ahora, para colmo de males, aquel turista sexagenario que no parecía ser capaz de explicarse. ¿Tan difícil era describir lo sucedido?

̶ Usted lo que quiere es poner una denuncia, ¿no es así? – insistió el policía.

El inquirido, un hombre mayor con poco pelo y nariz aguileña, ladeo la cabeza en señal de duda.

̶ Denuncia, lo que se dice denuncia…, no sabría decirle.

̶ ¿Cómo que no sabría decirme? ¡vamos a ver, vamos a ver!, ¿usted no viene a denunciar un delito?

̶ Déjeme que le explique, – suplicaba el otro -, déjeme que le cuente lo que ha pasado, tengo mis dudas sobre lo que he visto y si ello es delito …, o no.

En esto, el par de andrajosos borrachos detenidos por el cabo Tomasz Margasen, el novato que le habían colocado de asistente, aprovechando que su custodio se había distraído un instante rellenando unos formularios y antes de coger las llaves de la puerta del calabozo, se pusieron a entonar una canción tradicional polaca, según ellos, en la que de cada tres palabras una era un improperio, un taco o una procacidad. Esto hacía más ininteligible aún, la absurda conversación que el sargento Marcín, así se llamaba el agente encargado de tramitar la denuncia, mantenía con el viandante denunciante.

̶ ¡Tomasz, Tomasz!, – grito el sargento a su subordinado -, ¡haz callar a esos dos!

El inexperto policía trató de hacer sentar a los dos improvisados tenores, empujándolos de malos modos hacia un banco apartado junto a una vetusta máquina de bebidas, sin mucho éxito, por cierto.

Marcín, retomó la conversación:

̶ Vamos a ver por donde íbamos…

̶ Trataba de explicarle el altercado – contestó el denunciante.

̶ Bien, pues explíquese, que no se explica usted nada, – respondió poniendo cara de santo paciente.

̶ Como le he dicho antes, estoy de paso, pero de niño viví en esta zona. Llevo unos días paseando por la comarca, en esta época del año los parterres de flores son espectaculares. Pues bien, como le decía, me encontraba paseando por una zona situada entre la abadía de Lubiaz y la de Herykow, más concretamente cerca de su maravilloso jardín. Por cierto, como tienen ustedes de espléndido aquel pequeño vergel, deben de felicitar al jardinero de mi parte.

Leovigildo, el jardinero que se encontraba ya encerrado en una de aquellas mazmorras y casi entregado al sopor que le había provocado la bebida; oyó casi sin querer, de forma milagrosa podría decirse, dado el alboroto de los otros dos beodos peleando con el cabo, lo de las enhorabuenas al jardinero y el nombre de la abadía. Esto, le sacó de su somnolencia y se acercó a los barrotes para tratar de escuchar a aquel visitante que trataba de hacerse entender pese al desbarajuste general, sin mucho éxito.

̶ ¡Al grano, no se me disperse!, – oyó como el policía atajaba al dubitativo denunciante.

̶ Perdón, bueno pues eso, ¿por dónde andaba?… ¡Ah, ya recuerdo!, que estaba yo paseando por el jardín de la abadía, cuando un grupo de jóvenes que hacían botellón cerca de la carretera, la tomaron conmigo. Borrachos sin duda, les pareció divertida, o quizás llamativa, mi indumentaria. O vaya usted a saber que les llamó la atención, porque con la juventud actual y los tiempos que corren…Nunca se sabe.

̶ ¡Al grano caballero, al grano!

̶ Bien, pues antes de que me diera cuenta, estaban junto a mí. Me empujaron, se rieron, me quitaron los bastones de andar, estos que he dejado… ¿dónde los he dejado?

̶ ¡Por los clavos de Cristo, continúe y sus bastones están ahí detrás! – le conminaba Marcín tratando de no echar la noche con aquella declaración -. ¡Tomasz, Tomasz!, ¡haz callar a esos dos. No solo el cántico es soez, es que cantan de pena!

̶ Continuo pues, me empujaron sobre una de las estatuas y me hicieron restregarme contra ella. Me da reparo decirlo, pero fue la de la joven pastora, ¿sabe usted?

̶ Lo sé, porque me lo está contando – respondió el otro -, siga ¡vamos vamos!, – le apremió impaciente.

Aquella noche iba a ser muy larga – pensó el sargento Marcín-, mientras se desesperaba viendo como los dos harapientos borrachos, no solo no callaban, sino que ahora le habían quitado la gorra al inocente Tomasz y se la lanzaban entre uno y otro como si de una pelota se tratase.

̶ Una pareja de chavalillos fue a pasar por el parque que es un buen atajo para llegar…

̶ ¡Por el amor de Dios!, abrevie, no tengo toda la noche.

̶ Bien, pues en cuanto el grupo los vio, se olvidaron de mí y corrieron hacia ellos llevándose uno de mis bastones con los que amenazaron a la pareja, ¿sabe usted? 

̶ Lo sé, porque me lo está usted contando ahora mismo -respondió el otro -, siga vamos, vamos, – le apremió impaciente.

̶ Pues verá, le arrebataron de un tirón la mochila al chaval y esparcieron su contenido por el parque. Fue entonces cuando intervine y traté de defenderlos. En realidad, fueron los jóvenes los que lo tuvieron que hacer conmigo ya que, el grupo la tomó de nuevo con mí persona y me empujaron, me tiraron al suelo y me sacudieron un par de fuertes patadas. Hubo momentos en que yo temí lo peor y fue entonces, cuando de forma sorpresiva y sin saber de dónde había salido, pero apareció la niña.

̶ ¿Sola?

̶ Sí, sola.

̶ ¿Una niña? y ¿sola?, ya me cuesta creer que hubiese tanta gente a aquellas horas en ese recóndito jardín.

̶ Oiga, ¿cree que le miento?, pues espere a escuchar lo que pasó a continuación.

̶ ¡Venga vamos a ver qué pasó a continuación!, – preguntó cada vez más incrédulo el agente.

̶ Pues que la niña amenazó a los chavales del botellón.

̶ ¿Qué edad tiene esa niña?, – interrumpió el policía.

̶ Debe tener aproximadamente los de mi nieta, unos diez u once como mucho.

̶ ¿Pero, qué me dice?

̶ Pues le digo que tenía sólo once años.

El policía se pasaba las manos por la cara y por el ensortijado pelo, con claros síntomas de encontrarse al límite de su aguante.

̶ Continúe vamos a ver si llegamos a algún sitio.

̶ Perdone, pero es usted el que no hace más que interrumpir y no deja que me explique, le reprochó el anciano.

Por toda respuesta, el sargento Marcin enarcó sus cejas en señal de amenaza.

̶ ¡Termino, termino!, no se impaciente. Pues ante las amenazas de la cría, los gamberros se rieron, de hecho, no se tomaron en serio sus advertencias y menos aún, cuando insinuó que su amigo el del pedestal les afearía la conducta.

̶ ¿Pedestal, qué pedestal?

̶ Pues eso mismo pensé yo, y atribuí a un exceso infantil de imaginación aquellas palabras. A esas alturas todo el grupo del botellón nos había rodeado.

̶ Veamos, ¿qué pasó entonces? – preguntó intrigado el guardia.

El hombre dudó nuevamente como si no se atreviese a contar el final de la peripecia y miró en derredor suyo. Su relato no solo había cautivado a Leovigildo el jardinero ocupante de una de las celdas, sino que, también lo había conseguido con los beodos cantores y el cabo que, tras grandes esfuerzos, había recuperado la gorra.

̶ Vamos a ver señor mío, vamos a ver, ¿qué pasó finalmente?  – le apremió el otro.

̶ Como usted sabe, ese jardín, el exterior de la abadía, tiene numerosas estatuas. La de la pastora en la que me obligaron a restregarme. La de un joven príncipe y la que atribuyen a Enrique II el barbudo, entre otras muchas.

̶ ¡Abrevie!

El viejo comenzó a dudar nuevamente.

̶ Pues, pues – titubeó nuevamente el relator -, verá agente, la estatua de Enrique el barbudo era la más cercana y…

̶ ¡Continúe!, – gritaron al unísono los dos borrachos que se sostenían en pie, gracias al abrazo del cabo Tomasz.

̶ Vale, vale, sin prisas oiga. La niña sacó una pequeña flauta de la mochila e interpretó una suave melodía, los chavales comenzaron a mofarse de ella y la empujaron y le arrebataron el instrumento. Justo en ese momento, fue en ese preciso instante cuando intervino.

Más dudas y silencio.

̶ ¡Por el amor de Dios, hombre, acabe ya!

̶ Pues… que, que, que intervino el barbudo.

̶ ¿Barbudo?, ¿Qué barbudo?

̶ Enrique.

̶ ¿Quién es Enrique?

̶ No entiende usted nada señor sargento. Enrique II el barbudo. Se bajó del pedestal y se plantó allí delante de todos nosotros.

Los dos maleantes escuchaban embobados la conversación que por momentos se iba poniendo más y más interesante e increíble.

̶ ¿Quiere decir que la estatua bajó de su pedestal para defenderles? ¿Me está diciendo que una estatua de bronce del rey Enrique II el barbudo que está en el jardín de la abadía de Heryków desde hace siglos, cobró vida y se enfrentó a los jóvenes maleantes delincuentes?

̶ Si señor, con espada, escudo y todo. Se bajó del escalón, cobrando vida y puso en fuga a aquella panda de jovencitos gamberros.

̶ ¡Esto solo me podía ocurrir a mí un fin de semana! ¡Vaya nochecita llevo con los borrachos! – exclamó enfadado el sargento.

̶ Oiga, ¿qué insinúa?, soy abstemio. No pruebo ni el vino en las comidas, pero que se habrá creído este patán – respondió ofendido el abuelete.

Desesperado, Marcín comenzó a llamar a gritos a su novato ayudante:

̶ Tomasz, mete a este tipo en la celda de Leo. ¿No sé cuál de los dos lleva una tajada mayor?

El cabo abandonó a los momentáneamente tranquilos borrachines y recluyó al hombrecillo en la celda con Leo que expectante esperaba la compañía del otro.

̶ ¡Vaya historia amigo!, es magnífica.

̶ ¿Usted me cree?

̶ Claro que sí, soy Leovigildo, Leo para los amigos y jardinero de la abadía de Heryków y repito, por supuesto que le creo. Es más, usted tiene que hablar con el sacerdote español que nos ha mandado el Vaticano, porque desde hace un mes no paran de suceder hechos extraños en la abadía.

̶ ¡Esto es un atropello!, – chillaba lleno de furia el denunciante que había pasado a detenido.

̶ ¿Qué es un atropello?, ¿qué le invite a la abadía o que el Vaticano se ocupe de nosotros?

̶ No hombre, no. Que me hayan encerrado aquí tomándome por un borracho.

̶ Ah, bueno – respondió Leo que parecio caer de nuevo en un fuerte sopor, mientras veía a cabo y sargento pelear con la pareja de revoltosos borrachines que, en un descuido del novato habían logrado abrir la máquina de bebidas y trataban de dar cuenta de alguna de ellas, alegando que el alcohol da mucha sed.