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Cuando una obra artística cobra vida en la literatura


Mercedes Aguirre – 1 de junio de 2024


El arte y la literatura, como dos formas de expresión diferentes del ser humano, han estado siempre estrechamente unidos. Por un lado, los artistas de todas las épocas han representado escenas o personajes de las grandes obras de la literatura, desde las obras del mundo clásico, como la Odisea de Homero, a los dramas de Shakespeare y otras historias. Por otro lado, un cuadro -o una obra artística en general- puede convertirse en protagonista de una historia e incluso, en ocasiones, adquirir vida propia, como en la célebre novela de Oscar Wilde El retrato de Dorian Grey (1891) en la que la realidad y el arte se fusionan. En ella encontramos a un artista que, tras conocer al bello Dorian, pinta su retrato. Dorian por su parte, un joven narcisista, en su búsqueda del placer, desea conservar su belleza tal y como es en el momento en que posó para el cuadro. Y su deseo se cumple, de manera que desde ese momento es el cuadro el que envejece y muestra señales de su depravación y sus vicios. Un relato anterior de Edgar Allan Poe El retrato oval (1842) es igualmente una reflexión sobre el arte y la realidad y la relación entre la vida real y un cuadro, y, precisamente, inspiró en parte la obra de Wilde. También en el género de terror se sitúa una breve historia de M.R.James, el conocido autor de cuentos de fantasmas británico, La Mezzotinta (1904) que fue publicada en su colección Ghost Stories of an Antiquary. La historia gira en torno a un grabado que cambia misteriosamente, reproduciendo una escena en que un fantasma regresa de su tumba para secuestrar y matar al heredero de una acaudalada familia.

En mi novela El cuadro inacabado he querido seguir esta idea de la relación entre arte, literatura y realidad y, en este caso, plantear una trama de intriga en la que un cuadro ejerce de forma extraña una influencia sobre la historia y sobre sus personajes. La novela está situada en Inglaterra, construida en dos tiempos que se van alternando: un tiempo en el pasado, en 1858, y uno en el presente, en el siglo XXI. El protagonista del pasado es un joven pintor que regresa a su pueblo natal de Ely tras haber pasado dos años en Londres estudiando pintura bajo la enseñanza de un gran artista: Dante Gabriel Rossetti. El protagonista imaginario se coloca, por tanto, en un entorno real e histórico: el de los pintores que se llamaron a sí mismos la Hermandad Prerrafaelita. La trama entonces gira en torno a un cuadro que el joven empieza a pintar, un cuadro de tema mitológico -como tantos otros que pintaron estos artistas- comisionado para el Museo Fitzwilliam de Cambridge, y las trágicas consecuencias que producen su relación con una joven que va a posar como modelo para el cuadro y el padre de ésta. En el tiempo del presente la protagonista es una joven estudiante de Cambridge que está haciendo una tesis doctoral sobre los Prerrafaelitas. Ella, así como otros dos personajes, un hombre maduro y un muchacho, se sienten impulsados hacia el Museo Fitzwilliam sin entender el por qué, como si una fuerza misteriosa los empujara. Las investigaciones de la joven la llevan a unos descubrimientos sorprendentes que la conectan con los sucesos del pasado y con ese cuadro que nunca llegó a terminarse.

Por lo tanto, sobre el fondo histórico y real del grupo de artistas llamados los Prerrafaelitas, la novela plantea una trama en la que se mezcla el suspense, el amor y el crimen. Y, al mismo tiempo, subyace la presencia de ese mito que representa el cuadro, el mito de la diosa Venus y el mortal Adonis que fue fruto de una relación incestuosa entre un padre y una hija, y que de alguna manera parece ejercer su influjo sobre los personajes.

De manera que aquí, como en las obras que he citado antes, el cuadro -no el objeto en sí, sino lo que representa- posee esa cualidad de mezclar lo real y lo imaginado y traspasar las fronteras de lo artístico para habitar en lo literario y convertirse en personaje de una historia.