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Cómo sería un mundo sin libros

Imaginar un mundo sin libros supone plantearse el fin de una parte esencial de la cultura y la historia humanas. Los libros han sido “vasos que llevan las historias, el conocimiento y la imaginación de la humanidad” a través del tiempo. Sin ellos, las ideas y los saberes quedarían confinados a la memoria de sus poseedores, con el riesgo de perderse o distorsionarse con cada transmisión oral. Eniola Olatunji destaca que en tiempos antiguos la transmisión oral del conocimiento “a menudo se distorsionaba en la traducción y transmisión” y que la invención de los libros resolvió este problema. Reflexionaremos aquí sobre las consecuencias históricas, sociales, culturales y educativas de un mundo privado de libros, pensando en la transmisión del saber, la memoria colectiva, la creatividad y la construcción de la identidad.

Los libros han servido de archivo de la memoria colectiva y moldeador de la identidad cultural. Como señala ThoughtLab, los libros han sido “instrumentales en la conformación de sociedades, la preservación de historias y la transmisión de valores entre generaciones”. Sin ellos, “el tejido de nuestra identidad cultural se desmoronaría”, sumiendo a la sociedad en “un mar de amnesia”. En la práctica, esto implicaría que episodios históricos, mitos fundacionales y testimonios de generaciones pasadas se perderían, pues gran parte de lo que hoy conocemos se preserva en textos impresos. Además, tal como advierte Alexis Wright, “el genio en la historia de cada individuo se pierde para siempre cuando se pierde la capacidad de contar la propia historia”. Esto subraya que, sin libros o relatos escritos, la experiencia personal y colectiva no puede transmitirse plenamente, afectando la forma en que las comunidades entienden su pasado y construyen su identidad compartida.

La educación sufriría un revés profundo en ausencia de libros. Los colegios, universidades y centros de investigación dependen de textos que sistematizan y comparten el conocimiento. ThoughtLab destaca que “la educación sufriría un golpe severo en un mundo sin libros”: los profesores no tendrían libros de texto ni materiales de consulta, y “la alegría del descubrimiento que proviene de explorar las páginas de un libro sería reemplazada por conferencias secas e inspiración inexistente”. Eniola Olatunji refuerza esta idea al observar que sin libros “no existirían universidades, escuelas, títulos ni credenciales”, pues muchas disciplinas académicas sólo cobraron forma con la escritura organizada en libros. Además, resalta que la memoria humana es finita, por lo que “los libros sirven como extensión de nuestra memoria”. En la práctica, esto significa que sin registros escritos cada generación tendría que aprender casi todo nuevamente de cero, acumulando sólo una fracción del saber previo y limitando enormemente el avance científico y cultural.

La ausencia de literatura también apagaría el combustible de la creatividad humana. Los libros alimentan la imaginación con historias, ideas y mundos nuevos: “son el combustible que alimenta nuestra creatividad, despertando ideas e inspirando pasiones”. Sin ellos, las fantasías más elaboradas y las innovaciones más audaces perderían un importante incentivo: ThoughtLab advierte que “sin libros que nos inspiren, nuestras imaginaciones se marchitarían y el mundo se volvería un lugar más apagado”. Además, la literatura ha funcionado como espejo de la experiencia humana, enseñándonos empatía al exponernos a otras culturas y perspectivas. Su desaparición implicaría que “la empatía se volvería un bien escaso”, pues perderíamos esas ventanas hacia realidades distintas. Esta crisis creativa y emocional también afectaría la sociedad en conjunto, pues la capacidad de innovar, de entendernos y de soñar colectivamente estaría gravemente mermada. En lo individual, la construcción de la identidad personal también flaquearía: sin relatos que transmitir ni historias propias que contar, como advierte Alexis Wright “el genio en la historia de cada individuo se perdería para siempre”, dejando a las personas sin las narrativas necesarias para definirse a sí mismos.

En conjunto, un mundo sin libros se asoma como un escenario oscuro para el desarrollo humano. La transmisión del conocimiento se vería constreñida a la oralidad, perdiendo precisión y alcance; la memoria colectiva se fragmentaría, erosionando la identidad de comunidades; y la creatividad e imaginación quedarían a la deriva. Como concluye Olatunji, “los libros son como el oxígeno, muy importantes para la subsistencia”. Perderlos no sería simplemente perder objetos de papel, sino renunciar a la mayor parte del acervo cultural y educativo de la humanidad. En definitiva, el mundo sin libros sería un mundo privado de muchas de las herramientas fundamentales que definen y enriquecen nuestra condición humana.

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