El enigma del manuscrito (1)

En una fría mañana de octubre, Julia Fernández, una reconocida editora literaria, entró a su oficina en el centro de Madrid. La luz del sol filtraba a través de las ventanas, iluminando las pilas de manuscritos que se amontonaban en su escritorio. Había sido una semana agitada; la feria del libro se aproximaba, y todos los escritores querían que sus trabajos fueran considerados.

Julia dejó su bolso sobre una silla y se dirigió a su escritorio. Entre los manuscritos, uno en particular llamó su atención. No recordaba haberlo visto antes, y su portada no tenía título ni autor, solo un sobre amarillo adherido. Con curiosidad, abrió el sobre y encontró una carta mecanografiada.

Julia frunció el ceño, intrigada. Había trabajado como editora por más de quince años y nunca había recibido algo así. Decidió posponer sus otras tareas y centrarse en el manuscrito misterioso. Al abrir la primera página, se dio cuenta de que no era una novela común. El estilo era antiguo, casi barroco, pero había algo en la narrativa que la atrapó inmediatamente.

El manuscrito relataba la vida de un joven escritor del siglo XIX llamado Álvaro Montenegro, quien había escrito una obra maestra, pero nunca la había publicado. Álvaro vivía en una pequeña villa al norte de España y era conocido por su reclusión y su dedicación obsesiva a la escritura.

A medida que avanzaba en la lectura, Julia notaba que había numerosas referencias a lugares y personajes históricos reales, lo cual daba una sensación de autenticidad a la historia. Pero había algo más, una sensación inquietante de que el manuscrito sabía más de lo que revelaba en un primer momento.

Una noche, mientras leía un capítulo particularmente intenso sobre la desaparición de Álvaro, Julia sintió un escalofrío. La descripción del ambiente, los sonidos y los sentimientos eran tan vívidos que parecía que estuviera allí, observando todo de primera mano. El capítulo terminaba con una frase enigmática: «La verdad se encuentra en el último lugar donde la buscarías».

Decidida a desentrañar el misterio, Julia buscó cualquier información sobre Álvaro Montenegro. Pero sus búsquedas en línea y en las bibliotecas locales no arrojaron ningún resultado. Era como si Álvaro nunca hubiera existido. Frustrada, decidió usar una herramienta poco convencional: una inteligencia artificial llamada LitMind, desarrollada para analizar y contextualizar textos literarios.

Introdujo fragmentos del manuscrito en LitMind, esperando encontrar conexiones ocultas. Para su sorpresa, la IA encontró patrones en la escritura que sugerían la presencia de mensajes cifrados. LitMind destacó ciertas letras y palabras en cada capítulo, que juntas formaban una serie de coordenadas.

Intrigada, Julia introdujo las coordenadas en un mapa en línea. Apuntaban a una antigua librería en el centro de Madrid, una que ella conocía bien: «El Refugio de las Letras». Decidió visitar la librería al día siguiente.

(Continuará…)

Miguel Vigil
La casa