Florián Recio – 1 de agosto de 2023
Aldabón: aldaba (‖ pieza para llamar).
En todos los diccionarios de la lengua española se define aldabón como “aldaba para llamar a las puertas”. Ni uno solo hace referencia a esa culebra gorda y corta como una babosa gigante, de la que habla Landero. En efecto, no es una acepción muy común. Ni siquiera en Extremadura. Sí la he encontrado, con el mismo sentido, en alguna novela mexicana del siglo pasado. Sin embargo, en los palacios y casas señoriales las aldabas siempre se han labrado en forma de serpiente o de lagarto. Por algo será. La respuesta se halla en el origen arábigo de la voz aldaba, pues la voz arábiga addabba significaba “lagarta”. Así, pues, Landero tiene razón: el aldabón ofidio es más antiguo que la aldaba. Y ambas, aldaba y aldabón, se han extinguido como los dinosaurios, el antílope azul o los dioses antiguos.
Barruntar: Prever, conjeturar o presentir algo por alguna señal o indicio.
El barrunto es un presentimiento o intuición de algo que está por ocurrir en breve. En Extremadura no es infrecuente escuchar a los viejos decir que tienen barruntos de lluvia, es decir, que creen que pronto lloverá. Es una palabra tan antigua que su etimología se pierde en los orígenes del idioma. Corominas – y con él el DRAE – le supone un origen vasco. Puede ser. De lo que no hay duda es de que en tiempos del Cid se usó para designar a “aquellos homes que andan con los enemigos e saben su fecho dellos”, lo que viene siendo un espía. Ahora se usa generalmente con el significado de conjetura, pero también como “penetración o transcendencia”, que es como lo usa Landero cuando dice de su personaje que tiene “barruntos filosóficos”.
Boliche: 8. m. And., Arg., Bol., Par. y Ur. Establecimiento comercial o industrial de poca importancia, especialmente el que se dedica al despacho y consumo de bebidas y comestibles.
Uno de los personajes más conmovedores de El huerto de Emerson es el Pache, un campesino que decide hacer mejoras en su vida y monta un boliche donde “venderían de todo: alimentos, vestimenta, calzado, botica. Es también un bar donde se dan comidas y se juega y se baila. Un lugar raro de definir. Pero, ¿boliche? ¿En Extremadura? Si lo dice Landero no hay más que hablar, pero lo cierto es que la voz boliche suena a americanismo o a germanía del Siglo de Oro. Así lo recoge Autoridades en 1726. Y Ayala Manríquez, en su vocabulario de 1729, va más allá. Dice que un boliche es una casa de juegos en el habla de los ladrones y rufianes de las plazuelas y garitos de Madrid, que es donde fluye la memoria de Landero.
Cabezo: 1. m. Cerro alto.
Una de las delicias del lenguaje es ese don para atribuir a cuanto nos rodea acciones y cualidades humanas. A esto en retórica se le da el nombre de prosopopeya. Y una de las prosopopeyas más comunes es la de conferir al paisaje naturaleza de cuerpo humano. Así “decimos “el pie de la montaña”, “la boca del valle”, “el costado del monte”, etc. En español existe la palabra cabezo para referirnos a la parte alta de un cerro o de un monte, como si el paisaje fuera un cuadro con señor de fondo. Landero usa la voz cabezo como locativo que no necesita más explicación. El cabezo, en el particular mundo de esta narración, es un lugar muy concreto que todos conocen, como conocen al paisaje, ese cuerpo gigantesco en el que, si lo pensamos bien, no somos más que pulgas yendo y viniendo de los pies al cabezo del mundo.
Cancilla: 1. f. Puerta hecha a manera de verja, que cierra los huertos, corrales o jardines.
El diccionario etimológico de Corominas da por hecho que el uso de la voz cancilla está muerto en Extremadura; sin embargo, no es del todo así. No es raro escuchar en los pueblos del suroeste, Feria, La Parra ,o el propio Alburquerque de Landero, que alguien se acercó a ver si la cancilla de la huerta ha quedado bien cerrada, por si las cabras, como se cuenta en El huerto de Emerson. La palabra proviene de la voz latina cancilli, “verja o barandilla enrejada”, que es de donde procede también nuestro verbo cancelar. El que cancela algo no hace, pues, sino echar un cierre o un enrejado metafórico sobre lo escrito o lo decidido con anterioridad.
Caraba: 1. f. rur. Áv., Ext., Sal. y Zam. Reunión festiva.
Los cazadores, dice Landero, “se juntarían allí a comer y echar una caraba”, queriendo decir con esto que charlarían amistosa y largamente. La palabra viene del árabe qarābah, parientes próximos, que son, se supone, con los que más distendido y ruidosamente se sienta uno a hablar. Mi padre solía contar una anécdota respecto a esta palabra. Contaba que siendo él pequeño llegó al pueblo un circo y con el circo una barraca que anunciaba a voz en grito: pasen y vean la auténtica caraba. La atracción fue un éxito. La gente entraba y veía una mula muerta: la que araba. Para no admitir que solo ellos habían sido engañados, salían con una sonrisa en la boca e invitaban a los parientes próximos a que no se perdieran el espectáculo. Seguramente luego se juntarían a comer y echar una caraba relatando la broma.
Ceporro: 2. m. coloq. Persona torpe e ignorante.
Directamente relacionado con la cepa, el cepo y cipote, se llama ceporro a la persona torpe e ignorante, casi inservible. Y es que, en los orígenes de esta voz, se llamó cepo a vid vieja de la que ya solo restaba el tronco, es decir, la cepa. Y se la llamó así porque en latín se decía cippus a las piedras funerarias y a los mojones o cipotes que fijaban los linderos y fronteras. Por otro lado, en el mundo de la caballería romana existió una trampa consistente en camuflar un cipote en el suelo para herir a la caballería enemiga. Este engaño es el origen de la palabra cepo como trampa de caza o de tortura, en el cual han sido castigados muchos por tener las manos ligeras y “ceporras, más tercas que eficaces”, como dice Landero.
Coruja: 1. f. lechuza (‖ ave).
En latín se dice ululo al clamor con lamentos tristes, de donde vienen nuestras palabras aullar y ulular. De hecho, Virgilio llama ulula al autillo, que es ave nocturna. Por eso pensó el lexicógrafo Francisco del Rosal, 1611, que ulula podría ser el origen de coruja. Ni Corominas ni Moliner ni el DRAE dicen nada al respecto. Landero habla de unas “viejas que caminaban arrebujadas como corujas, temerosas de Dios y del diablo”. Para entenderle el sentido hay que remitirse al diccionario de Terreros, 1786, en el que dice que un corujo es alguien metido en sí mismo, acoquinado y para poco, persona retirada y devota. Esa devoción es la que relaciona a la coruja con la lechuza, que se suponía que entraba en las iglesias a beberse el aceite de las lámparas.
Escuerzo: 1. m. sapo (‖ anfibio anuro).
Cuenta don Alonso de Villegas en sus Obras de los santos, escrita en 1594, de cierta mujer “dada a muchos vicios” que estando en confesión echó por la boca escuerzos o sapos, incluso una serpiente que se comió luego a los escuerzos. Así, pues, los escuerzos son sapos, pero no de los grandes sino más bien gordotes y recortados, que eso es en puridad lo que significa su nombre, al menos en origen, ya que proviene de la voz latina cortus, corto. Luego, con el correr de los años, la palabra, que, para qué engañarnos, no ha tenido mucho éxito, extendió su significado a “persona flaca y desmedrada”. Landero la usa como sapo venenoso escondido en el pozo de su memoria.
Fiambrera: 1. f. Recipiente con tapa bien ajustada, que sirve para guardar comida o llevarla fuera de casa.
La palabra fiambre nos lleva sin remisión a las películas de gánsteres donde siempre hay un detective que mira con cansancio un cuerpo muerto al que nunca llama cadáver sino fiambre. Nos parece una palabra vieja, pero, en realidad, con esta acepción no entra en nuestra lengua hasta los años 50 del pasado siglo. Creo que el primer novelista español que la usó con ese sentido fue Arturo Barea en La forja de un rebelde, de 1951. Antes tuvo otros significados. El primero, desde tiempos de Covarrubias, 1611, fue carne asada o cocida que se come fría. A mediados del XIX también se usó para referirse a lo que se daba de fiado o prestado. Luego, según el diccionario de Zerolo, 1895, para señalar una cosa antigua o pasada. La palabra proviene del latín frigidus, que da la friolera de frigorífico, frío, frígido, refrigerio. Y fiambrera.
Filfa: 1. f. coloq. Mentira, engaño, noticia falsa.
En un artículo publicado por Juan Varela en 1868 dice que filfa es una palabra de reciente invención. Lo cierto es que saltó al ruedo de la lengua a mediados del siglo XIX como un espontáneo de cuyo origen ningún diccionario ha sabido dar cuenta. En 1919 el lexicógrafo Manuel Rodríguez Navas se aventuró a decir que “acaso provenga del alemán filzen: confunfir, emborrar”. Corominas apunta como origen a la palabra pilfa – andrajo –, algo que María Moliner no tiene muy claro y recoge entre interrogaciones. El caso es que ni la RAE ni ningún otro lexicógrafo se ha pronunciado de modo tajante. Por lo que, de momento, todo lo que se diga de ella son “vaguedades, palabrería, filfa y apariencia” como en el texto de Landero.
Fusca: Del lat. fuscus. 1. adj. p. us. Oscuro, que tira a negro. 5. f. Ext. y Sal. Maleza, hojarasca.
El primo de Landero le dice a un madrileño de pro: «Hay que desatascar el sumidero, que con la fusca se ha tupido». Y el madrileño lo corrige: «lo que querrá decir es légamo, broza, residuos, o simplemente suciedad o inmundicia.» Pues no, mire usted, lo que quería decir es exactamente eso: fusca, maleza, basura que sale al barrer y, por extensión, conjunto de cosas y personas indeseables. Yo he escuchado mil veces esta palabra de boca de mi padre para el cual la mayoría de lo que decían los políticos “no era más que fusca”. La palabra proviene del latín fuscus, oscuro, turbio. Los latinos lo usaron entre otras cosas para referirse a las nubes negras que oscurecían el horizonte. De ahí nuestro ofuscar: oscurecer, trastornar, quedar confundido, como el madrileño ante la facundia añeja del primo de Landero.
Garabato: De or. prerromano. 7. m. Palo de madera dura que forma gancho en un extremo.
Manuel Pache es un personaje singular. Luego de conseguir los objetivos que tanto trabajo le costaron, va y se pega un tiro con una pistola de cartuchos. Como era pernicorto y no llegaba al gatillo, usó un “garabato choricero”, esto es, un palo en cuya punta hay un gancho para colgar el chorizo. La palabra garabato es de origen prerromano. Su uso original es incierto, pero sí sabemos que si ahora la usamos preferentemente para referirnos a trazo irregular es por extensión metafórica con la que nuestros antepasados identificaron una escritura retorcida con el gancho del garabato. Por lo mismo, también significó ladrón, pero también el “aire y gentileza de algunas mujeres, aunque no sean hermosas”, supongo porque suplían la hermosura con el garbo a modo de gancho para atraer las miradas ajenas.
Hatear: de hato: 2. tr. Dar la hatería a los pastores. Hatería: 1. f. Provisión de víveres con que para algunos días se abastece a los pastores, jornaleros y mineros.
En español hay dos interpretaciones para la palabra hato. Conjunto de ropas y objetos de absoluta necesidad: los que se meten en un hatillo. Su origen es la palabra germánica fata, con el mismo significado. La otra acepción es: rebaño de ganado, que por extensión da el significado de grupo o hatajo de personas y se usa por lo general con sentido despectivo. Proviene del árabe hazz, lote que le cabe a uno en suerte en el reparto del ganado familiar. Ambas, fata y hazz, se han mezclado para conformar ese hato de significados tan variopinto. La hatería era la provisión que los pastores de un hato de ganado se llevaban al campo para una semana, según el Autoridades de 1783. Más viva y con el mismo significado que hatería es avío, del latín vía, camino. Landero usa el verbo hatear con el sentido de vender provisiones a los pastores.
Jayán: Del fr. ant. jayani. 1. m. y f. Persona de gran estatura, robusta y de muchas fuerzas..
Jayán y gigante no son exactamente lo mismo, aunque a veces se las haga sinónimas. Gigante, en origen, es un ser descomunal, fabuloso, mientras que un jayán puede ser cualquier hijo de vecino, siempre que sea alto y musculado. De ahí que los molinos se le conviertan a Don Quijote en gigantes, pero que, en el capítulo V de la primera parte, cuando es apaleado por un puñado de mozos de mula, diga haber combatido “con diez jayanes”. El origen de ambas palabras es el mismo, la voz griega gigas, aunque el gigante nos llega por vía latina, de gigantis, y el jayán, más tardíamente, por vía francesa, de jayant. Jayán también significó rufián y hombre vulgar. De ahí el doble sentido de la expresión de don Quijote. Pero esa es otra historia.
Lechuza: 1. f. ave rapaz nocturna
El nombre primero de este ave fue nechuza, del latín nox noctis, noche, por aquello de ser un ave nocturna; luego, corrió la leyenda de que entraba por las noches en las casas donde se amantaba a un niño para beberse la leche de las nodrizas y acabó por dársele el nombre de lechuza, que es, pues una confluencia de las dos voces, leche y noche. Dice Landero que “si una lechuza se posa al atardecer en el tejado de una casa, poco tiempo después en esa casa muere una persona”. Se le tiene por pájaro diabólico y de mal agüero cuando, en realidad, es un bendito. Tan ingenuo que hay un pájaro que aprovecha sus ausencias para arrojarle los huevos al suelo y coloca los suyos. La lechuza no se percata del cambiazo y se los empolla. Por eso al otro lo llamamos pájaro cuco o cuclillo, que es sinónimo de marido de mujer adúltera.
Merchante: Del fr. ant. merchant ‘comerciante’. 1. adj. mercante. 2. m. y f. Persona que compra y vende algunos géneros sin tener tienda fija.
Marchante, merchante, mercar, mercado, mercadería, mercancía, mercantil no son palabras cualesquiera. De tan recio abolengo, que hay que hablarlas de usted. El origen de todas ellas es la voz latina merx, mercis, mercancía. Es cierto que tanto mercante como merchante nos llegan por vía francesa. Pero los franceses la habían tomado antes del latín merces, que significaba recompensa o paga por una mercancía, que se amplió posteriormente a paga por un servicio. En castellano literario dio la palabra merced, que en un principio fue una muestra de agradecimiento y luego pasó a designar un título de cortesía, vuestra merced, que con el tiempo y un par de aféresis originará nuestro pronombre personal “usted”. En fin, lo dicho: palabras con casta y abolengo.
Perrunilla: 1. f. And., Ext. y Sal. Especie de bizcocho o torta pequeña hecha con manteca, harina, azúcar y otros ingredientes.
Cuando Fray José de Sigüenza escribe la Historia de la Orden de San Jerónimo, en 1600, dice que la vida de los padres fundadores era tan miserable que muchos días no tenían para comer más que “ las perrunas que los ganaderos llevaban para sus mastines”. El Autoridades de 1737 define perruna como “cierto género de pan muy moreno y grosero que ordinariamente se da a los perros”. Debió ser ese color moreno y la apariencia chaparra lo que llevó a identificar aquel pan perruno con esas deliciosas tortas de manteca de tanta estimación y fama en Extremadura. De ahí lo de perrunilla. Y que son deliciosas no es que lo diga yo, es que el diccionario de Terreros de 1788, el primero que incluye la voz, remata su definición con esta apostilla: “en Extremadura las hacen excelentes”. Quien las probó lo sabe.
Poyo: 1. m. Banco de piedra u otra materia arrimado a las paredes, ordinariamente a la puerta de las casas de zonas rurales.
Esta palabra aparece cuando Landero rememora el capítulo del Lazarillo en el que Lázaro entra en la casa del escudero y este se quita la capa y “soplando un poyo que allí estaba, la puso sobre él”. Se dice así de los bancos de piedra colocados a la puerta de las casas, pero en Extremadura, hasta no hace mucho, se usaron las palabras poyo y poyete para referirse también a lo que hoy se llama encimera de cocinas. Ahí es, en mi opinión, donde coloca la capa el escudero, puesto que ya estaban dentro de la casa. La palabra es una evolución del viejo término latino pódium, repisa, y acaso influenciada también con el italiano appoggiare, apoyarse. No confundir con pollo, palabra más rica en significados, con un abanico tan amplio que va desde la imperfecta cría de la gallina hasta el perfecto gilipollas.
Rebañar: 2. tr. Recoger de un plato o vasija, para comerlos, los residuos de algo hasta apurarlo.
En el habla popular de Extremadura es tan usual la voz arrebañar como rebañar, si no más. El DRAE da por válidas las dos. Y no es para menos. Figuran en nuestros diccionarios desde que Nebrija las incluyera en su Vocabulario, allá por 1495. En el Tesoro de Covarrubias de 1611 se las hace parienta de la voz “rebaño”, es decir, que rebañar sería, en su opinión, recoger el ganado disperso y, por extensión, apurar los restos de alguna comida. Hay quien sugiere otra etimología. Hay lexicógrafos que opinan que rebañar proviene de la voz latina “rapinare”, que significaba robar, rapiñar. Y de ahí nació la palabra “rebaño” en el sentido de “el ganado recogido como rapiña al enemigo”. Es decir, primero sería el hurto y luego el hato. La etimología puede que sea incierta, pero la lógica es aplastante.
Recovero: 1. m. y f. Persona que se dedica a la recova
Dice Landero que por el pueblo pasaba “de tarde en tarde un recovero o un merchante y les vendían huevos, pellicas, pavos” y sigue nombrando muchas y diversas cosas más. Este tipo de venta ambulante recibe el nombre de recova y al que la practica, recovero. Tienen su origen en la voz hispano árabe rákbah, caravana, origen también de otra más popular: recua. Para Corominas, entran en nuestra lengua por medio del portugués, que usaron antes que nosotros el verbo recovar para la acción de “transportar coisas de um lugar para outro”. Tiene sentido, pues, que en la Extremadura de Landero resonaran con más fuerza y por más tiempo estas voces portuguesas que se remontan a las ya legendarias edades en que los vendedores llegaban a los pueblos en sus recuas de mulas cargadas de maravillas.
Releje: 1. m. Rodada o carrilada.
Decimos de alguien que es dejado cuando, entre otras cosas, relaja las normas de su aseo. Hacer dejación de funciones es ser laxo en el cumplimiento de un deber. Tiene sentido porque dejar, relajar y laxo, provienen del latín laxare, relajar, ensanchar. Cicerón ya habla de relaxare glebas, esto es, ablandar la tierra. Una ampliación de este sentido es el que permite a Landero decir que “en el camino que subía a la vega se formaron relejes de carros y hasta de automóviles”. Otra acepción de la palabra releje es la de sarro que se cría en labios o dientes. Sarro proviene del latín saburra, lastre de un navío. Y dejar que el lastre se acumule es propio de navejantes dejados, laxos y relajados.
Salamanquesa.
En El huerto de Emerson se define a la salamanquesa como “un pequeño dragón de ojos brillantes, un animal muy antiguo y muy sabio, casi sagrado”. Y tan antiguo como que ya Alfonso X el Sabio las menciona en su General Estoria, y tan sabio y sagrado como que la gente del pueblo creyó ver en ese animal, cuyo nombre real es el de salamandra, todas las picardías de un ser demoníaco que se las sabía todas, tan astuto y taimado como si hubiera estudiado en la universidad de Salamanca. Y fue en la mezcolanza de esas dos voces, Salamanca y salamandra, de donde salió nuestra salamanquesa, una “deidad venida a menos” dice Landero, y que todos los niños extremeños hemos perseguido con saña en las largas noches de verano.